Sigue hablando, Federico
“Un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortarle el cuello”. Así se refería Federico García Lorca al capitalismo en una conferencia recital que dio en 1930 en la Residencia de Señoritas de Madrid. Allí presentó su libro Poeta en Nueva York y contó sus “impresiones líricas” tras un año de vida en la ciudad donde fue testigo del Crack del 29, la mayor crisis global de la sociedad capitalista previa a la que estalló en 2008 y en la que hoy seguimos atrapados. El espectáculo que presentan Alberto San Juan y la Banda reproduce el texto -prosa y poesía- que Federico pronunció en aquel encuentro con el público de hace casi un siglo y que mantiene una luz plenamente actual.
Lorca viajó a Nueva York en junio de 1929 y vivió allí hasta marzo de 1930. Después viajó a Cuba y, tras vivir tres meses en la isla volvió a España en el verano siguiente. En Nueva York residió en la Universidad de Columbia, en el barrio de Harlem, donde estuvo matriculado en clases de inglés a las que a menudo dejaba de asistir para salir a perderse por las calles del barrio negro. Las mayores razones para alejarse de España, parece, tuvieron que ver con el deseo de experimentar y romper con el perfil de poeta folclórico que se le había adjudicado tras el enorme éxito de su Romancero Gitano y también con aliviar el dolor de una ruptura amorosa con el escultor Emilio Aladrén.
Los poemas y la prosa de Nueva York están llenos de imágenes misteriosas, pero también de claras visiones que retratan de modo casi periodístico nuestra realidad actual. “Llega el oro de todas partes de la tierra y con él, llega la muerte”, dice al describir el mercado financiero de Wall Street. “Y lo más terrible es que la gente que lo llena cree que el mundo será siempre igual, y que su deber es mover aquella gran máquina, día y noche y siempre”.
Lorca habla desde el misterio, desde lo trascendente, lo sagrado, tocando profundo nuestro propio misterio, lo que no tiene respuesta. Y también habla con una claridad radical. Federico tiene la hermosa capacidad de ver lo que pasa y contarlo. Describe una realidad de opresión y clama por la necesidad de emanciparse. Así como en su Romancero reivindica la figura del gitano (y también la del moro o el judío, perseguidos todos desde el catolicismo fundamentalista de los reyes Isabel y Fernando, que impuso una sola forma de creer, pensar, comer o bailar; una forma de ser funcional a una sociedad basada en la dominación), aquí reivindica la figura del negro, que es la misma: la del otro, el distinto, el perseguido “que todos llevamos dentro”. Y llama abiertamente a una transformación revolucionaria: “la muchedumbre de martillo, de violín o de nuebe, ha de gritar, aunque le estrellen los sesos en el muro” (...) “hasta que las ciudades tiemblen” (…) “y rompan las prisiones” (...) “porque queremos que se cumpla la voluntad de la tierra, que da sus frutos para todos”.
Hace un par de años empecé a decir sobre un escenario los textos de Nueva York (la prosa de su conferencia y unos cuantos poemas del libro). Al principio, solo; hoy con cuatro músicos y amigos íntimos. Poco a poco voy cruzando las innumerables puertas que ofrece el texto. Pero siempre hay más umbrales, más caminos, más revelaciones. Más palabras útiles para vivir honestamente, bellamente, amorosamente. Sigue hablando, Federico.
Alberto San Juan