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Antonio de la Torre protagoniza en el teatro ‘Un hombre de paso’, reflexión sobre la memoria y el Holocausto


 

La alianza de dos relevantes directores de cine, Manuel Martín Cuenca y Felipe Vega, el protagonismo de un actor sobresaliente, Antonio de la Torre, y una historia del pasado europeo más terrible, el del Holocausto, confluyen en Un hombre de paso. Una obra teatral escrita por Vega que se estrena de manera absoluta esta tarde en el Teatro Lope de Vega de Sevilla y podrá verse en Madrid, en las Naves del Español en Matadero, del 3 al 20 de febrero.

 

Resulta inusual que tres hombres del cine coincidan simultáneamente en un escenario teatral. Manuel Martín Cuenca acaba de estrenar su última película, La hija, para la que ha sido nominado al mejor director en los Goyay esta es su segunda experiencia teatral en la dirección, después de Amor de mono, estrenada en 2010. Antonio de la Torre, cuyo contacto con el teatro fue breve al principio de su carrera, ha trabajado este año en el filme de Cesc Gay Historias para no contar. Ambos, además, se conocen bien, pues Martín Cuenca le dio al actor el protagonismo de Caníbal y otros papeles en El autor, La mitad de Oscar y El tesoro.

 

Por su parte, Felipe Vega, que debuta con esta obra como autor teatral, estrenó su último filme en 2017, el documental Azul Siquier sobre el fotógrafo almeriense Carlos Pérez Siquier, después de elaborar una filmografía muy personal, con títulos como Mientras haya luz, El mejor de los tiempos o Grandes ocasiones. El acercamiento de Vega al fenómeno de la represión nazi durante la Segunda Guerra Mundial puede parecer insólito, pero ya en el 2000 rodó el cortometraje Cerca del Danubio, que evocaba la experiencia de dos supervivientes españoles en el campo de exterminio de Mauthausen.

 

En Un hombre de paso va más al fondo de aquel ominoso acontecimiento y accede al universo concentracionario de Auschwitz. Para ello, sitúa su relato en un momento concreto (Turín, 1984) y en un único escenario (el bar de un hotel), donde se encuentran tres personajes, dos reales, el escritor italiano Primo Levi (al que interpreta Juan Carlos Villanueva) y el antiguo miembro de Cruz Roja Internacional Maurice Rossel (Antonio de la Torre), y uno imaginario, Anna, una periodista (Ana María Morales) que entrevista a Rossel a propósito de la estancia de este en el campo de exterminio de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial como representante de la organización humanitaria. Allí permaneció durante diez meses Levi, químico de profesión, cuyo cautiverio le marcó el resto de su vida. De ello escribió en los libros autobiográficos Si esto es un hombre y La tregua.

 

Un hombre de paso confronta pues dos experiencias radicales y opuestas: la de Levi como víctima y la Rossel como testigo; un testigo al que la periodista somete a un asedio incisivo planteándole cuestiones que harán tambalear la moral de Rossel, quien da la impresión de banalizar esta experiencia única, porque parece no haberse enterado de mucho en sus visitas al campo, bien intencionadas pero vacías de resultados y contenido.

 

Según Martín Cuenca, el personaje de Rossel abre “un sinfín de preguntas y contradicciones sobre el papel de la memoria. Rossel dice no haber visto y no podemos saber si es que realmente no vio, no quiso ver o, quizás, se limitó a no ver”.

 

Vega ha escrito un acercamiento al Holocausto que permite ir un paso más allá en su reflexión “volviéndolo tremendamente contemporáneo”, señala Martín Cuenca. “¿Qué podemos recordar y por qué lo hacemos? ¿Cuál es el papel de la memoria? ¿Qué somos capaces de negar e imaginar? ¿Qué queremos recordar y para qué?” son algunas de las cuestiones que plantea esta obra.

 

El director de Un hombre de paso ha concebido una puesta en escena esencial, con un decorado casi inexistente, cuya atmósfera es creada mediante la luz. Explica Martín Cuenca que si algo le atrae de dirigir teatro “es la posibilidad de desnudar la puesta en escena y convertir la obra en un retrato del cuerpo, la luz y el espacio a través de la emoción contenida de los actores”.

 

“Como director -añade el cineasta de La flaqueza del bolchevique-, siempre he tratado de esquivar la mecánica y centrarme en la belleza de lo que se retrata. Una belleza que está contenida en el corazón y el rostro de los actores y actrices en el espacio. En esta obra el espacio es el negro y la luz. Nada de un decorado costumbrista o pseudorealista. Todo lo que imagino tiene que ver con abstracción”.

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