Breves pero poderosos, en los dieciséis relatos que conforman La intemporalidad perdida, que llega a las librerías mañana, 4 de noviembre, editados por Lumen, se muestran ya los elementos que luego se afianzarían en la obra de Anaïs Nin, como la ironía y el feminismo, además de algunas de las obsesiones de la autora, como el deseo femenino, el poliamor, el retrato de una masculinidad tan deslumbradora como tóxica o el psicoanálisis. Aunque La intemporalidad perdida es la primera incursión de Anaïs Nin en la ficción, lo cierto es que ella llevaba desde muy niña entrenándose en la literatura. Prueba de ello son sus diarios —tal vez su obra más reconocida internacionalmente— con los que llegó a acumular más de 35.000 páginas de intimidades y de profundas reflexiones filosóficas.
Con este nuevo inédito —que se suma a los de Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Marcel Proust y Françoise Sagan—, Lumen incorpora a una autora icónica del feminismo al catálogo. A través de estos magníficos relatos conocemos las inquietudes de una gran autora, hoy revalorizada y más presente que nunca, cuyo enorme trasfondo autobiográfico nos ayuda a entender sus años de juventud y formación. Así, melancólicos y punzantes, estos relatos revelan ya a la gran autora que hizo saltar por los aires las convenciones literarias y sociales de su época.
Así lo explica Gunther Stuhlmann en el prefacio del libro: “Los dieciséis relatos recogidos en este volumen representan algunos de los primeros esfuerzos de Anaïs Nin por escribir dirigiéndose a un público. Nacieron en lo que parece haber sido una explosión de energía creativa extraordinaria, entre mediados de 1929 y principios de 1930, cuando tenía veintiséis años y volvía a vivir en Francia con su esposo estadounidense, Hugh Guiler, el «poeta-banquero», con quien se había casado en 1923. «Tengo la ambición —anotó en su diario en octubre de 1929—, y sé que lo conseguiré, de escribir de forma clara acerca de cosas impenetrables, sin nombre y habitualmente indescriptibles; de dar forma a pensamientos evanescentes, sutiles y cambiantes; de dar fuerza a valores espirituales que suelen mencionarse de manera vaga y general, una luz que mucha gente sigue pero no puede comprender de verdad. Miraré dentro de ese mundo con ojos claros y palabras transparentes».”